Diego Masello - Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Tres de Febrero
En estos días, muchos analistas se empeñan en desmenuzar los desmanes financieros que nos vienen ocurriendo, afirmando una variedad de causas: el aumento de la tasa de referencia por parte de Estados Unidos, el nivel de déficit sostenido, los problemas de la balanza comercial, la persistencia de elevados niveles de inflación, la centralidad que tiene el dólar dentro de la economía argentina, el problema para concretar inversiones de tipo productivo y el deterioro de la credibilidad o de la proyección de confianza por parte del gobierno hacia el exterior, son sólo algunos.
Sin embargo, estamos en condiciones de plantear otro punto de vista, donde probablemente todos estos aspectos queden subsumidos por una dimensión mucho más central y compleja, que define el modo en el que ocurren los problemas actuales y del pasado reciente argentino: la existencia de una debilidad o vulnerabilidad estructural que impide un proceso de desarrollo sostenible en el largo plazo.
Por ejemplo, se afirma que como hay problemas de confianza no tenemos las inversiones suficientes para mantener una dinámica de desarrollo y aliento de la actividad económica. Pero... ¿qué es la confianza? ¿A quién hay que dársela? ¿De qué depende? Algunos creen, en un exceso de pensamiento naif o simplemente por cinismo de corto plazo, que se trata sencillamente de hacer gestos ampulosos de impostada austeridad y afirmar, con la frente bien alta, que no se es populista.
Ingenuidad
Esto es, nada más ni nada menos, que una premisa falsa o una ingenuidad, condicionada por una alta dosis de ideología, que impide relacionar el concepto de “confianza” con el estado que presenta la sociedad y la economía-política real de la Argentina. Es, justamente, en este punto donde se evidencia el talón de Aquiles argentino. Y nuestra hipótesis propone que mientras no se haga nada al respecto, es poco plausible que se encuentren soluciones fuera de ciertos acomodamientos de corto plazo.
El año pasado afirmábamos en una columna de LA GACETA que nuestro país enfrentaba una heterogeneidad social y productiva sostenida en el tiempo y con visos de poder agravarse de acuerdo a cómo continuara el curso de las políticas actuales.
Los condicionamientos
Concretamente la informalidad estructural viene demostrando una tendencia creciente y significa más de 3,1 millones de hombres y mujeres (28% de los ocupados) en puestos de trabajo básicamente autogenerados en condiciones casi nulas de capital, con una tendencia a bajos salarios y con una productividad de dicho trabajo que tiende a ser muy baja. Del mismo modo y no menos importante, es el hecho que estas personas padecen otros problemas relacionados: déficits habitacionales, pobreza e indigencia y carencias educativas, por citar algunos de los más relevantes.
Si ampliamos más el foco, se evidencian otras dificultades dentro del mercado de trabajo que se suman a la informalidad estructural. Actualmente, hay más de 660.000 trabajadores del sector moderno subocupados, hay cerca de un millón de ocupados plenos modernos no registrados, o sea, trabajando en “negro” sin aportes a la seguridad social y más de 220.000 trabajadoras domésticas que no están registradas.
Finalmente, existe un stock de más de un millón de trabajadores y trabajadoras desocupados. Si contabilizamos todas estas situaciones, en términos relativos significa que cerca de la mitad de la población económicamente activa tiene diferentes problemas que se manifiestan en la forma en que se insertan laboralmente.
Analizando con mayor fineza, el panorama anterior se complica más aún, ya que buena parte del empleo público, especialmente en ciertas provincias y municipios, tiene características de bajísima productividad y uno se hace una pregunta descarnada: ¿si estas personas no estuvieran en este tipo de empleos, probablemente engrosarían la informalidad estructural? Por último, es necesario señalar también que dentro del sector privado más moderno encontramos innumerables PyME y microempresas que funcionan fuera de una posibilidad de competencia internacional, con dificultades tecnológicas y de innovación manifiestas.
Responsabilidad colectiva
Por lo tanto, es muy posible que actualmente un tercio de la fuerza de los argentinos esté generando el valor que sostiene a ellos mismos y a los dos tercios restantes. Es aquí donde radica la falta endémica de dólares y los graves problemas de la balanza comercial. Sin embargo, no deberíamos caer en la respuesta más sencilla y canalla, que sería cargar las tintas en los propios sujetos como únicos responsables de estar cada uno en la situación que le toca.
Nos guste o no, la responsabilidad de esta situación es, en alguna medida, colectiva y nos implica a todos los argentinos.
Ahora, frente a esta situación, que por cierto es de larga data, ¿qué hacer? Si pensamos que la única opción es bajar el gasto, algo realizable en el corto plazo, es posible que lo único que se logre sea empeorar mucho más las cosas, mientras que lo que debería debatirse es cómo aumentar los ingresos, aunque esta sea una opción que no se resuelva en un tiempo de corto plazo.
El primer paso
En las últimas dos semanas los análisis están fuertemente centrados en las dificultades macroeconómicas y en el planteo de soluciones que o bien pasan por bajar el gasto para reducir el déficit o en la discusión respecto a cuál debería ser el valor y la política del tipo de cambio.
Pero, lo que curiosamente no está en la parte central de la agenda es una discusión respecto a qué vamos a hacer, como país heterogéneo y desequilibrado, de acá para adelante. Discusión, por cierto, que no puede estar encorsetada dentro de un partido o de un sector político. Les incumbe a las dirigencias políticas, empresarias, gremiales y sociales en su conjunto.
Con esto queremos señalar que el primer paso o principio es de naturaleza política, no económica. Es decir, si cada partido o sector político de importancia tiene una idea radicalmente diferente (cosa que habría que corroborar más allá del discurso) respecto a cómo se planifica y organiza el desarrollo social productivo, a cómo se distribuirá lo producido, la estrategia comercial internacional, la posición y proyección geopolítica de nuestro país, la determinación de lo que serán los bienes públicos esenciales, etcétera; estaremos permanentemente en sucesivas redefiniciones y relanzamientos, o sea, casi en foja cero cada vez.
Lamentablemente, si prima esta manera de pensar y actuar la política, creemos que es muy posible que se vayan cumpliendo nuestras suposiciones respecto a que iremos en un camino de mayor desigualdad social, productiva, tecnológica y económica.